Ayer el diario El País ofrecía una pequeña noticia que contenía una gran infamia: nuestro gobierno ha “regalado” a Marruecos unas extrañas máquinas que sirven para dejar caer bombas desde los aviones con suma facilidad. Hace 32 años, los aviones marroquíes dejaron caer bombas sobre población indefensa en Um Draiga, un enclave en el que murieron miles de ancianos, mujeres y niños, en camino hacia el exilio. Bombas de napalm y de fósforo. Algunas mujeres aún conservan en su pecho la terrible cicatriz en forma de cuerpecito humano: se las hicieron tratando de apagar a los niños que ardían bañados en fósforo y fuego.
La siguiente caída de bombas desde aviones marroquíes tuvo lugar en 1991 sobre Tifariti: sobre escuelas y hospitales construídos con enorme esfuerzo para acoger a la población que tenía que acudir allí a votar en el referéndum de autodeterminación de la ONU. Fueron aquellas bombas las que acabaron con el referéndum y con el sueño de recobrar su tierra.
Y ahora mi gobierno “regala” a esos mismos militares sofisticados ingenios para despachar más bombas por minuto.
Siento vergüenza y dolor. Nos preocupa más la caída de la bolsa que la caída de las bombas. Nos preocupa más el despegue de los precios del pan que el despegue de los aviones de guerra.
Nuestro gobierno no “regala”: ofrece los cuerpos de los saharauis en el altar de los sacrificios, para acallar a la bestia: para que no quite los privilegios a las empresas españolas que fabrican en Marruecos pagando sueldos de hambre. Por el dinero, por lo más vil.
Vergüenza, dolor y asco.
Mire, señor espía, tome nota también: quinientos niños de un colegio de Pontevedra (el San Narciso, de Marín) decidieron enviar un bibliobús a los campamentos de refugiados para que los niños saharauis tengan libros de lectura en castellano. El bibliobús se va a llamar Bubisher, y ya está siendo pintado con colores de vida. Para lograrlo, cada niño se priva de un capricho pequeño una vez a la semana y deposita treinta céntimos de euro en una caja. Cada año ingresan entre todos un cheque de 3.000 euros. Para bombardear con libros y cultura las escuelas.
Yo, me apunto a ese bombardeo.
La siguiente caída de bombas desde aviones marroquíes tuvo lugar en 1991 sobre Tifariti: sobre escuelas y hospitales construídos con enorme esfuerzo para acoger a la población que tenía que acudir allí a votar en el referéndum de autodeterminación de la ONU. Fueron aquellas bombas las que acabaron con el referéndum y con el sueño de recobrar su tierra.
Y ahora mi gobierno “regala” a esos mismos militares sofisticados ingenios para despachar más bombas por minuto.
Siento vergüenza y dolor. Nos preocupa más la caída de la bolsa que la caída de las bombas. Nos preocupa más el despegue de los precios del pan que el despegue de los aviones de guerra.
Nuestro gobierno no “regala”: ofrece los cuerpos de los saharauis en el altar de los sacrificios, para acallar a la bestia: para que no quite los privilegios a las empresas españolas que fabrican en Marruecos pagando sueldos de hambre. Por el dinero, por lo más vil.
Vergüenza, dolor y asco.
Mire, señor espía, tome nota también: quinientos niños de un colegio de Pontevedra (el San Narciso, de Marín) decidieron enviar un bibliobús a los campamentos de refugiados para que los niños saharauis tengan libros de lectura en castellano. El bibliobús se va a llamar Bubisher, y ya está siendo pintado con colores de vida. Para lograrlo, cada niño se priva de un capricho pequeño una vez a la semana y deposita treinta céntimos de euro en una caja. Cada año ingresan entre todos un cheque de 3.000 euros. Para bombardear con libros y cultura las escuelas.
Yo, me apunto a ese bombardeo.
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