Bachir abre los ojos, y como en un sueño aparta la tela que cubre la puerta, se calza sus botas y una vez en el exterior respira profundamente el aire caliente.
Desde el interior de la tienda se escapa una voz femenina:
- Bachir, entra y come algo.
- No, no tengo hambre mamá.
El muchacho comienza a caminar mientras se despereza. El sol como arma amenazante va aumentando su presencia. Bachir camina rápido, va dejando a su paso el conjunto de jaimas. Sudor sobre su tez morena, asfixiante calor, continua andando. Atrás quedan las improvisadas jaulas de las cabras, también el griterío de los niños. Sequedad en sus labios, continua andando. Y por fin, como en un duelo que necesita siempre de un vencedor, se observan los guerreros, la inmensidad del desierto frente al cuerpo insignificante del valiente muchacho.
Soñando un día..., soñó ser pez. Corrió unos metros y se impulsó para deslizarse sobre la suave elevación de la arena, y de este modo poder sentir como la caricia del agua colmaba su rostro. Ligero y flexible, dulcemente mecido por el balanceo lento de las olas, viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.
- Pero chico, ¿te has vuelto loco?, ¡despierta!
Bachir siente voces cada vez más cercanas que irrumpen de golpe en sus pensamientos. Abre los ojos, turbantes y agitación a su alrededor, y como en un sueño siente su cuerpo hundido en la duna de arena.
- ¿Qué ocurre? - exclama Bachir.
- ¿Qué ocurre?, ¿se puede saber donde ibas?, ¿por qué te has alejado tanto?, ¡te podías haber matado!, pero, ¿es que no te das cuenta? - el hombre no deja tiempo para que Bachir se explique.
- Creí que podía atravesar el desierto.
- Parece mentira, ¡ni que no conocieras esto! - el hombre retrocede unos pasos indignado, una mujer se acerca a Bachir para ofrecerle pequeños sorbos de agua, e interrumpe al hombre cariñosamente:
- Tranquilo papá, es sólo un muchacho y está aturdido por el sol.
Sobre la cabeza de Bachir la mujer coloca delicadamente un paño húmedo, el hombre acerca su jeep que descansa a unos metros, y avanza refunfuñando:
- Agradece a mi hija el que te hayamos visto. Ella ha insistido en que el bulto negro que veíamos a lo lejos era una persona, que si hubiera ido yo solo...
- Mi padre decía que el bulto negro era un neumático viejo.
Bachir sonríe. No resiste el peso de sus párpados. Un viejo neumático rodando..., siente como su cabeza no para de dar vueltas.
El hombre ayuda a Bachir a subir al coche, está anocheciendo, le sitúa en la parte trasera del jeep con unas mantas por asiento y el cielo estrellado por techo.
Soñando un día..., soñó ser estrella. Elevó sus brazos intentando tocar la luna con sus delgados dedos. Sintió como sus extremidades se estiraban infinitas, desintegrado, abarcando con sus manos el firmamento. Etéreo, luz en la oscuridad del mundo. Viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.
El coche de pronto se detiene, Bachir abre los ojos, la noche ha caído bruscamente como un manto frío. Y como en un sueño siente su cuerpo dolorido, cansado, exhausto.
- ¿Cuál es tu nombre, chico? - pregunta más calmado el hombre que horas antes le ha socorrido.
- Bachir Mohamed Salem.
- Te llevaré a casa, estamos cerca.
Una nube de polvo, la huella de las ruedas sobre la arena. Arranca el coche en dirección a la casa del muchacho. Su familia le espera. La tetera hierve en el infiernillo de butano, sus hermanos pequeños duermen. Bachir entra en la jaima, saluda y se sienta a comer algo.
- ¿Qué tal el día, hijo?
- Bien.
El padre se sirve el último té, posteriormente se apresura a beberlo de un trago.
- Come bien, pareces cansado.
Bachir permanece sentado, sus piernas cruzadas, un trozo de pan y un plato de lentejas a sus pies, tiene mucha sed, es tarde.
Se escucha el sonido de la tela gruesa de la tienda en cada arrebato del viento. Penetra el irifi por las ranuras de la jaima. Resiste cada sacudida.
Soñando un día..., soñó ser aire. Sintió la pesadez de su esqueleto contra el suelo. Piernas, brazos, cabeza, cuerpo entero, una mole pesada tumbada sobre la colorada alfombra. Un golpe brusco de viento y la vida, en un soplo, esparcida en cientos de miles de diminutos pedazos. Contuvo la respiración, para expulsarla lentamente, mezclada con las melodías nocturnas del viento. Fuerte, poderoso, dominante. Indestructible. Siempre libre, activo, moviendo el mundo. Viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.
La luz de la mañana despierta a todos muy temprano. Bachir abre los ojos, y como en un sueño observa su cuerpo oscurecido por el sol, envejecido, arrugado. Entre sus dientes mastica la arena, el polvo, escupe asqueado.
Olor a hierbabuena, sus hermanos están en el colegio, silencio. La madre prepara la comida, el padre dibuja ensimismado espuma en los vasos, comienza un nuevo día.
Bachir reúne las fuerzas necesarias y por fin expulsa atropelladamente:
- Odio vivir aquí.
La voz suena temblorosa y las palabras como un eco permanecen esparcidas en el aire.
- Lo odias tanto como lo odiaba yo.
Soñando un día..., soñó ser hombre. Se levantó del suelo y caminó rápido avanzando unos metros sobre la dorada arena. El sol cegó sus ojos, el calor brotando de la tierra quemaba sus pies descalzos. Anduvo hasta alejarse lo suficiente del campamento. Miró hacia el norte, sur, este y oeste. El corazón paralizado ante el brusco empujón de realidad, el vacío, la nada. Soledad y abandono. Sintió como se ahogaba en infinitas y espesas arenas, tierra estéril, tierra muerta. Viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.
Bachir abre los ojos, escucha sonidos de alegres canciones que le despiertan. Y como en un sueño se levanta y camina despacio pero seguro de sus pasos. Avanza por el desierto. Altivo y valiente. Entonces ansía volar como un pájaro, para dejar de agitar sus alas y caer en el mar sereno donde volver a brotar. Ansía ser pez, bucear en las profundidades de los océanos, también ansía ser estrella, aire, ansía la libertad. Despertar por fin de la interminable pesadilla, dejar de sentirse prisionero, dejar de soñar, retornar. Para vivir eternamente entre el cielo y la tierra.
martes, 18 de agosto de 2009
SOÑANDO UN DIA...
Soñando un día..., soñó ser pájaro. Retiró suavemente la tela que cubría la puerta e inició el vuelo. Sintió como su cuerpo se elevaba fácilmente, sin esfuerzo, el aire fresco sobre su rostro, cada vez más alto, para caer en picado, y de este modo sentir la velocidad, el vértigo, la sangre corriendo por las venas, su corazón acelerado palpitando. Planear durante horas y descansar un instante en las copas de los árboles, para reanudar de nuevo el viaje, viviendo eternamente entre el cielo y la tierra, en ninguna parte.
Sukeina Aali-Taleb
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2 comentarios:
Qué sorpresa maravillosa encontrar en esta página, a bordo del Bubi, a Sukeina y su relato. Conocí a Suki después de encontrarme con su hermano Hussein en Tifariti, hace diez años. Él iba con rumbo a Agüeinit, buscando a su familia, y yo me adentraba en el Tiris por Miyek. Husein y Sukeina nacieron en España, hijos de saharaui y española (gallega, para más señas), y jamás renunciaron a sus raíces ni dieron la espalda a su pueblo. Ella es periodista, y desde hace unos meses está integrada en la Generación de la Amistad.
Su cadencioso y perfecto relato demuestra que tenemos en ella a la primera narradora, además de poeta. Y nos fascina la idea de que pronto podamos tener en nuestras manos, por fin, una novela verdaderamente saharaui, que sean ellos (que seáis vosotros) los que narréis vuestra historia. Y que en las escuelas de los campamentos esa novela se convierta en un referente, como los libros de poesía de los jóvenes de la G. de la A.
Gonzalo.
Me encanta que te encante.
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