Ya el viaje hacia Tinduf fue una aventura, un ponerme en camino con una gente hacia no sabíamos bien qué. Sólo una certeza: el bubisher nos esperaba.
Viajamos el viernes a Madrid, a dormir en casa de Nano (un amigo de Iñaki), que nos prestó su casa a cuatro paradas de metro de la T-4 de Barajas. Sacamos la tortilla, los fiambres, los frutos secos… Compramos unas cervezas (las últimas en muchos días), y a descansar. A la mañana siguiente, cuando nos pusimos las mochilas para dirigirnos al metro, creímos que no íbamos a poder con ellas: ¡realmente pesa la cultura!
En el aeropuerto se iba retrasando el horario (ya me lo advirtió Karim, el profe de religión islámica del cole, natural de Argel). Por fin salimos y, en poco más de una hora, estábamos en Argel. Durante la tarde, paseamos por los aeropuertos, leímos, observamos, cenamos… Y entrada la noche montamos en el avión que nos llevaba a Tinduf.
La acogida de Ahmed, “el Rubio”, fue cálida. Esperamos a Nando –que llegaba dos horas más tarde, y nos llevó a “nuestra” wilaya. Nos esperaban Larossi ,Tirsa y una familia saharaui. Nos acomodamos en la sala de la casa y a dormir (eran las 4 de la madrugada). El día amaneció con el desayuno, despedidas y traslado hacia la casa donde íbamos a permanecer. Marian, su hermana y su madre nos dieron la bienvenida. Estuvimos gran parte del día tirados en la casa hasta que, por la tarde, abrimos el bubi para ver qué había en él…
Desde ese momento nos sentimos “pobladores” de un espacio nuevo en un tiempo diferente. Entramos a formar parte de una familia y a contribuir a una tarea imaginada por otros… No voy a seguir relatando los acontecimientos, sino a intentar contagiar el gusto que han dejado en mi memoria.
Me encantaba la pregunta permanente de los niños: “¿De dónde sois?”. Ese deseo de tender puentes, esa curiosidad por saber si somos de cerca de dónde ellos han estado en vacaciones.
Aunque tengo fama de “charradora” no estuve muy dicharachera durante esos días. En muchos momentos me bastaba con captar, sentir, respirar, asombrarme… en una palabra: acoger todo lo que envolvía nuestra estancia. Las ganas de charlar de las chicas y las mujeres me ponía en tesitura de dejar de ser espectadora y adoptar un papel activo en la comunicación. La verdad es que siempre me cuesta, con gente que recién conozco y si, además, pertenece a otros contextos socioculturales, entrar a hablar sobre su forma de vida, sus anhelos y sus preocupaciones aún me cuesta más. Temo que se vivan como “objeto de estudio” y bajo ese temor escondo una timidez ancestral que me impide, en estancias temporales cortas, establecer lazos. No obstante, los vínculos afectivos surgieron y crecieron gracias a la comunicación no verbal tan intensa que ellas ponían en juego.
Me sentí intensamente cuidada. La preocupación constante de la madre por saber si estábamos bien, ejercida de un modo silencioso (como si de nuestro “ángel de la guarda” se tratara) me trasmitía la tranquilidad acuñada de niña de “sentirme en casa”, “segura”: mientras dormíamos se acercaba más de una noche a velar nuestro sueño y comprobar que todo iba bien.
Las risas de Dajba, sus bailes, sus abrazos, su asertividad al cogerme los pies y decidir cómo iban a ser decorados sin darme tiempo a reaccionar eran un recordatorio de que no era dueña de mi tiempo en el Sáhara.
El empeño de las niñas por enseñarnos lo bueno, lo bonito… el huerto… y la generosidad de la cuidadora del huerto al regalarnos la hierbabuena me trasladaban un afán de superación incansable.
La cantidad de iniciativas (coro infantil, arte, educación especial, adultos…) que, en esos días, se manifiestan más (por la cantidad de visitantes) ponía delante de mis narices la realidad de un pueblo que ansía su territorio, su independencia, arrancados –uno y otra- violentamente.
La frustración por no poder ir a la concentración frente al muro, a pesar de que dos días antes nos habíamos apuntado me hizo pisar tierra, hammada, desierto del desierto.. soledad de un pueblo abandonado a su suerte.
La impresionante travesía del desierto, ese dejarse llevar por el que conoce la ruta escondida… con sus gotas de agua (gracias, Yoli) y su mini-tormenta de arena. Y la parada junto a los camellos al caer la noche. Y la noche misma, belleza e inquietud a un tiempo. Asombro, misterio y silencio.
Compartir libros, cuentos, literatura, con niñas y niños, algunos profesores, con mujeres y hombres en la escuela de adultos, en las dayras, al bajar el sol… es compartir sueños, deseos, experiencias. Compartir casa, comida, siesta es compartir cotidiano, intimidad. Risas y tareas.
Bubisher, eres pájaro que traes buenas noticias a las personas que se encuentran en torno a ti. Nos sacas de nuestro ensimismamiento y nos llevas hacia lo otro. Gracias por llevarme un poco bajo tus alas.
María José Lasaosa. Del grupo de Huesca.
jueves, 25 de junio de 2009
EL GUSTO EN LA MEMORIA
Etiquetas: Testimonios
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5 comentarios:
Gracias por traernos este soplo cálido, MJ. Una crónica así hace más por el futuro de los niños del Sáhara y por el vuelo de nuestro pequeño pájaro de la buena suerte que diez conferencias. Nos has hecho revivir nuestras experiencias y vivir la tuya intensamente.
G.
tender puentes que bonito, no sé si llegaré a tiempo , para conoceros el 28 pero vuestro puente ya es algo que no podré dejar de recorrer
un abrazo muy grande
Hola, no podía acordarme de tu nombre ni del de tu compañero. Estuve un rato con vosotros en Bucraa, por la mañana, creo que el miércoles santo.
Después de la llegada y de descansar un poco salí fuera y el Bubi estaba allí, real y no virtual.
¡Qué bien nos cuentas tu experiencia! Y Ahmed el Rubio es una persona notable.
Un abrazo.
Chiquilla, ¡qué emocionante y qué razón tienes, oye!
Has hecho que sacará mi cuaderno de apuntes, mi diario de viaje, que recuperará las vivencias que andaban de viaje por mi memoria.
Gracias
mi nombre es memona y quiere decir la crenz en la vida.yo soy una perspna que no legsta estar quieta porque mesiento llena de vida y con mi inquitoz quiero transmitir la vida a todos lao seres vivio y hacer dde ellos mogllon de amntes a al vida
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